Emprendí este viaje relámpago con la mentalidad de que podía salir bien o ser un desastre. Me ilusionaba mucho, pero me prometí que fuera lo que fuera, no me tenía que agobiar.
Porque es difícil en doce días llegar a Dakar con los equipos, comprar materiales auxiliares, perder un día por la huelga de transporte, y después desplazarte a Ndokh y tratar de convencer al Consejo de Sabios de que en menos de una semana había que:
Montar una exposición, convocar una reunión informativa, decidir qué familias se benefician de los seis primeros equipos solares, instalarlos y dejarlos funcionando.
Montar una exposición, convocar una reunión informativa, decidir qué familias se benefician de los seis primeros equipos solares, instalarlos y dejarlos funcionando.
Además contando con el agravante de la “calma africana”
Pero una vez más, todo ha salido a pedir de boca, cumpliendo las mejores previsiones. Ellos ruegan por nosotros, dan las gracias a Dios porque estemos allí, y le piden que nos ayude porque hacemos cosas buenas. Yo no soy especialmente creyente, y mucho menos practicante…pero ¡¡a ver si al final lo de los rezos funciona!!
Enfin, que con rezos o sin ellos, el plan exprés “instale seis equipos solares en seis días” se ha completado con éxito.
Aunque la realidad es que el factor determinante ha sido encontrar a Babacar, un electricista con años de experiencia que vive en Ngangarlane, el pueblo de al lado, y que en este momento está sin trabajo. Una suerte inmejorable que no sé a quién atribuir, pero que garantiza la continuidad del proyecto incluso dirigiéndolo desde aquí.
Aunque la realidad es que el factor determinante ha sido encontrar a Babacar, un electricista con años de experiencia que vive en Ngangarlane, el pueblo de al lado, y que en este momento está sin trabajo. Una suerte inmejorable que no sé a quién atribuir, pero que garantiza la continuidad del proyecto incluso dirigiéndolo desde aquí.
Cuando mi cabeza aterrrice, seré capaz de hacer la crónica del viaje. Mientras tanto sólamente me quedo con sensaciones.
La peor: el remordimiento perturbar su calma africana para hacerlos trabajar con productividad japonesa, ¡¡aunque lo han llevado muy bien!!
La peor: el remordimiento perturbar su calma africana para hacerlos trabajar con productividad japonesa, ¡¡aunque lo han llevado muy bien!!
La mejor, la cara de sorpresa de los niños, y las muestras de alegría y agradecimiento, especialmente las de Mamadou y Silvère, dos ancianos que me emocionaron. A veces las palabras pierden su importancia. Basta un cálido apretón de manos del que no querrías soltarte, y una sola palabra repetida muchas veces: “Merci”
Hoy ya estoy de vuelta. Lo veo todo raro...
La gente aqui es muy blanca, los paisajes tienen mucho relieve…y mi casa me parece un palacio.
La gente aqui es muy blanca, los paisajes tienen mucho relieve…y mi casa me parece un palacio.
Casi no me he enterado, y ya pienso en volver en Diciembre.
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