viernes, 10 de agosto de 2012

FIESTA DE DESPEDIDA

Hoy hemos hecho otra avanzadilla a Toucar, con misiones diversas.  Yo, con la intención de entrevisarme con el Dr. Diallo, el director del IRD, y aunque no he conseguido mi objetivo, la visita no ha sido en balde. He concertado una cita para el día siguiente, y he aprovechado allí la mañana.

En charette a Toucar, si los charcos lo permiten

Me han prestado un ordenador, y he estado clasificando las fotos y planos del proyecto.  Más vale que lo haga pronto, porque dentro de un mes, me van a parecer todas iguales, así que ordenarlas cuanto antes es algo primordial.
Desde la ventana

Mientras trabajaba, miraba por la ventana del despacho y veía la espera del dispensario.  Era día de vacunaciones. Más de cincuenta mujeres, la mayor parte de las cuales no llegan a veinte años, con sus respectivos bebés.  Una imagen preciosa y colorida, si no fuera porque luego siguen y siguen trayendo niños al mundo, sin pensar en si pueden o no mantenerlos. 

Madres y niños en el dispensario

Está claro que la planificación familiar no va con ellos, pese a que tienen gratuitamente CUALQUIER método anticonceptivo que elijan.  Forma parte de su cultura, pero me resulta muy difícil de entender.

Por la tarde, pese a que unos nubarrones presagiaban un “repeat” del día anterior, decidí ir a trabajar un rato más.  En una de las casas, dos niños en edad de instituto, me siguieron durante todo el tiempo, fascinados por el plano de su casa que estaba levantando,  y por el distanciómetro láser que utilizo para medir.

Me salió la vena de profe, y les estuve explicando las vistas y la acotación.  Apenas han estudiado nada de dibujo técnico, y su francés es bastante justo, pese a que es el idioma oficial de su sistema educativo.

Mis "alumnos", escoltando a sus hermanos pequeños
En mi trabajo habitual como profesora de secundaria, me encuentro en bastantes ocasiones con el problema del idioma, que afecta a estudiantes inmigrantes, y que dificulta el progreso académico.  Es un hándicap que tienen que superar quienes, por motivos familiares,  van a vivir a un país extranjero.  

A los niños senegaleses les pasa lo mismo en su propio país.  Resulta paradójico.

La noche nos depara una sorpresa.  Mañana se va Adriana.  Después de la cena empiezan a llegar las mujeres de la Asociación.

Improvisan una pista de baile, con música en directo.  Las garrafas de plástico de ir a buscar agua se transforman en dgembés, y las palanganas de acero multifunción, que sirven para lavar la ropa, para servir comida, como cama de las gallinas, y puestas del revés como instrumento musical.  A “Les Luthiers” les encantaría.

Una a una, salen a bailar.  Con sus ropas coloridas, se mueven con un ritmo frenético.  No importa si son jóvenes o mayores, delgadas o exhuberantes, tienen el ritmo en el cuerpo y es imposible no quedar fascinado al mirarlas.
Poca luz, pero mucho ritmo

Luego fue nuestro turno.  Con mayor o menor suerte, pero muchas risas, hicimos nuestra "performance".  Cantamos “No estaba muerto”, “Volando voy”, y otros clásicos de la pachanga. Reimos y lloramos.  Nos expresaron su agradecimiento de mil formas distintas, y en especial a Adriana, que hacía esfuerzos para contener la emoción, tras un mes de estrecha convivencia.

El cielo estaba tan estrellado como estos días atrás.  Lo miramos antes de ir a dormir, pensando en la noche que acabábamos de vivir.

Verdaderamente estamos en África, en lo más profundo y en lo más auténtico, aunque a veces resulte duro.  Sólo por estas horas, todo el viaje cobra sentido.

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